lunes, 30 de septiembre de 2013

UNA ENTREVISTA Y UN SILENCIO I




La entrevista

Iremos publicando diversos fragmentos de la tan comentada entrevista que el P. Antonio Spadaro, S.J. le realizara a Francisco, la cual fue publicada en principio en La Civiltá Cattolica el 19 de septiembre de 2013, y en español en la Revista Razón y Fe de España.
Francisco:

“Una imagen de Iglesia que me complace es la de pueblo santo, fiel a Dios. Es la definición que uso a menudo y, por otra parte, es la de la Lumen Gentiumen su número 12. La pertenencia a un pueblo tiene un fuerte valor teológico: Dios, en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana. Dios entra en esta dinámica popular”.

“El pueblo es sujeto. Y la Iglesia es el pueblo de Dios en camino a través de la historia, con gozos y dolores. Sentir con la Iglesia, por tanto, para mí quiere decir estar en este pueblo. Y el conjunto de fieles es infalible cuando cree, y manifiesta esta infalibilidad suya al creer, mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo que camina. Esta es mi manera de entender el sentir con la Iglesia de que habla san Ignacio. Cuando el diálogo entre la gente y los obispos y el Papa sigue esta línea y es leal, está asistido por el Espíritu Santo. No se trata, por tanto, de un sentir referido a los teólogos”.

Francisco explicita en esta entrevista –con la jerigonza propia del lenguaje liberal-conciliar-, uno de los tres postulados del Modernismo. Resumimos la crítica a este fragmento a partir de un artículo del P. Jean-Michel Gleize (Revista Iesus Christus Nº 112):
“La constitución “Lumen gentium” sobre la Iglesia la define como Pueblo de Dios, es decir, como la comunidad de los bautizados reunidos por Cristo, y que el Espíritu Santo continúa a suscitar a lo largo de la historia. En aras de su propia cohesión, esta comunidad dispone, por estímulo del Espíritu, del servicio del ministerio apostólico. En esta definición la Iglesia es antes que nada y sobre todo una comunión mística, el pueblo sacerdotal de Dios. El misterio jerár­quico viene a superponerse a esta comunión sacerdotal y está a su servicio. El pueblo de los fieles y su consti­tución jerárquica son distintos e inseparables, tal como lo son una asamblea mística y aquello que asegura su durabilidad en el tiempo y en el espacio.
“Esta inversión vuelve a encontrarse —y ello en per­fecta continuidad con el Vaticano II— en la catequesis de Benedicto XVI y en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica publicado en junio de 2005. En el pun­to 154 del Compendio se define a la Iglesia como Pueblo de Dios, calco textual de la definición dada en el cap. 2, n° 9 de “Lumen gentium”. Se trata de una realidad mís­tica en sus orígenes e igualitaria o comunitaria en su esencia. La Iglesia es (no sólo, es verdad, pero antes que nada y sobre todo) una comunión sin intermediarios je­rárquicos: la jerarquía existe, pero no es eso lo que de­fine fundamentalmente a la Iglesia como una realidad que ante todo es de tipo social.
“El punto 155 confirma esta noción puntualizando que este igualitarismo vuelve a encontrarse a nivel de la triple función sacerdotal, profética o magisterial y real o gubernamental: esta triple función es propia de cada bautizado como tal. Ahí también vemos cómo se reto­ma el n° 10 del cap. 2 de “Lumen gentium”. Sólo en los números 177 a 193, al abordar no la esencia de la Igle­sia sino sus miembros, se distinguirá entre los miembros de la jerarquía y los fieles. Pero antes de distinguirlos, se va a recordar una vez más que esta distinción no es lo que distingue esencialmente la Iglesia en su naturale­za intrínseca. La Iglesia no es una sociedad, es decir, un conjunto de personas en donde se distingue antes que nada a los que gobiernan de los que son gobernados.
“El n° 177 recuerda la definición esencial de la Igle­sia, que es la de una comunión, en cuyo seno todos son iguales en virtud del bautismo: el Pueblo de Dios es una comunidad de fieles bautizados. Cada uno posee en vir­tud de este título el mismo sacerdocio común de base. Existen los ministros (n° 178-187) y los laicos (n° 188- 191). Y en relación a los ministros podrán verse todas las frases aparentemente tradicionales sobre la jerar­quía. Sin embargo, esta fraseología debe entenderse en función de una lógica absolutamente diferente: ya no es más la lógica de la Iglesia-sociedad, sino la de la Iglesia- comunión.”

Es notoria la coincidencia entre Francisco y Mons. Fellay en algún punto: ambos se complacen en recurrir a la constitución “Lumen Gentium” del Vaticano II. Así Mons. Fellay en su declaración doctrinal del 15 de abril de 2012, por ejemplo:

“II. Nosotros declaramos aceptar las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia en materia de fe y de moral, dándole a cada afirmación doctrinal el grado de adhesión requerido, según la doctrina contenida en el n° 25 de la Constitución dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano
III En particular:
1 Nosotros declaramos aceptar la doctrina sobre el Pontífice romano y sobre el Colegio de los obispos, con su jefe, el Papa, enseñada por la Constitución dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, capítulo 3 (De constitutione hierarchica Ecclesiæ et in specie de episcopatu), explicada e interpretada por la Nota explicativa prævia de este mismo capítulo.

Recordamos la crítica hecha por el P. Calderón en su libro “La lámpara bajo el celemín” a uno de los puntos citados favorablemente por Mons. Fellay: "Si hay una página (...) que parece reafirmar y hacer progresar la enseñanza tradicional es, justamente, la que trata de la autoridad del magisterio jerárquico, en el n. 25 de Lumen Gentium. ¿Podemos al menos rescatar este texto? No, por cierto, porque en el capítulo anterior este mismo documento ha subordinado el oficio jerárquico al sensus fidei, lo que obliga a entender la doctrina del n. 25 de manera muy distinta a lo enseñado por el Vaticano I".




El silencio

A todo esto: luego de la tan larga como publicitada entrevista a Francisco, considerada por muchos como un testimonio clave de lo que está siendo y ha de ser su pontificado, hay un silencio que persiste. Es el de Monseñor Fellay, quien hasta ahora sólo ha atinado a decir, entre otras frases “prudentes”:

“Con la llegada del Papa Francisco, de quien todavía es difícil adivinar las intenciones, los proyectos que pueda tener para la Iglesia y para la Fraternidad…”

"Seamos prudentes, no precipitemos los acontecimientos, veremos."


“Nosotros debemos conservar la más grande prudencia antes de emitir un juicio (sobre Francisco), mientras no lo veamos en las obras.”