martes, 19 de mayo de 2015

DOMINICOS DE AVRILLÉ: ¿PERO DE DÓNDE PROVIENE ESTA EVOLUCIÓN DOCTRINAL?

Este texto, escrito hace algunos años por un sacerdote de la Fraternidad San Pio X, fue dirigido a aquellos de sus cofrades que han dejado la FSSPX para recibir un estatus canónico oficial de la iglesia conciliar. El trata de encontrar la razón que explicaría su evolución doctrinal.
Existe una distorsión importante entre las declaraciones más claras, las más constantes y las más antiguas de Mons. Lefebvre sobre la reforma litúrgica, la libertad religiosa y el concilio Vaticano II, y las posiciones actualmente sostenidas por ustedes.
En tal situación, sólo tres hipótesis son posibles: sea que ustedes no conocieron las posiciones reales de Mons. Lefebvre y de la FSSPX y ustedes siguieron al prelado y su obra por ignorancia; sea que conociéndolas y no aprobándolas, ustedes hipócritamente dieron la apariencia de permanecer con Mons. Lefebvre y la FSSPX; o sea que la diferencia se explica por su evolución doctrinal sobre este problema, entre el período de antes de las consagraciones episcopales y después de éstas.
La hipótesis de la ignorancia me parece sicológicamente imposible, e incluso absurda. Es evidentemente imposible que ninguno de ustedes haya leído jamás ninguna obra de Mons. Lefebvre, no haya asistido a ninguna de sus predicaciones, no haya nunca escuchado hablar de sus posiciones más constantes y más oficiales. La ignorancia en esta materia debe rechazarse absolutamente.
La hipótesis de la hipocresía puede ser posible. Sin embargo, ella me parece muy poco probable dado el número de personas involucradas y su calidad moral.  Además, esta hipótesis representa una injuria tan grave, que solo una declaración explícita en este sentido de las personas involucradas, podría hacerme admitirla. Es por eso que descarto la hipocresía como causa explicativa de su evolución.
Por lo tanto, si ustedes conocen la posición de Mons. Lefebvre sobre la reforma litúrgica, la libertad religiosa y el concilio Vaticano II (se descarta la ignorancia); si ustedes no eran opositores clandestinos y mentirosos (se descarta la hipocresía); entonces la tercera hipótesis es la buena forzosamente; su cambio de posición se explica por una evolución doctrinal sobre este problema.
¿Pero de dónde proviene esta evolución doctrinal?
Aquí, dos hipótesis son posibles: sea que la causa es de orden puramente doctrinal, sea que ésta es de orden moral y sicológico.
La hipótesis de una evolución puramente intelectual parece apuntar más a un milagro que a la historia. Habría que imaginar un súbito cambio de los espíritus, una iluminación intelectual sobre la bondad de la reforma litúrgica, sobre la verdad de la declaración Dignitatis humanæ, sobre la oportunidad del concilio Vaticano II. Un historiador serio no puede más que recusar una hipótesis tan poco probable.
La única hipótesis válida es por lo tanto la de una causa moral y sicológica, es decir, que se origina por circunstancias exteriores. Por lo tanto, solo una causa es posible: son sus negociaciones con Roma y con los obispos diocesanos.
En efecto, todos sus interlocutores romanos y diocesanos están a favor de la reforma litúrgica, de la declaración Dignitatis humanæ y del concilio Vaticano II. Por lo tanto es evidentemente natural e históricamente cierto que, cuando ustedes negocian con Roma y los obispos y reclaman ciertas concesiones, ustedes están en la obligación de callarse, de ablandar o de hacer desaparecer su oposición a la reforma litúrgica, a la declaración Dignitatis humanæ y al concilio, bajo pena de encontrarse en una situación sicológica insostenible. Esta es la única y verdadera causa de su evolución doctrinal: el peso moral de sus interlocutores y su propio deseo de lograr resultados tangibles en las difíciles negociaciones donde ustedes están en una posición minoritaria. Tal situación los obliga a hacer concesiones, por lo menos verbales.
Yo no afirmo que ustedes hagan estas concesiones por cobardía. Simplemente que, llegando a este punto de su evolución, ustedes estiman posible y necesario atemperar ciertas oposiciones con el fin de obtener resultados más importantes. Pero, considerando objetivamente su actitud actual, estoy obligado a notar una retirada sobre los puntos que siempre han sido considerados como vitales en el combate tradicionalista.
La conclusión es por lo tanto extremadamente clara: a pesar de su buena voluntad y su deseo inicial de permanecer fieles a la Tradición, les ha sido imposible mantener firmemente su oposición a la reforma litúrgica, a la libertad religiosa y al concilio, y al mismo tiempo continuar las negociaciones con interlocutores que mantienen firmemente su apoyo a esta reforma litúrgica, a esta libertad religiosa y a este concilio.
En el estado actual de las cosas, las negociaciones y los acuerdos con Roma y con los obispos diocesanos deben terminar necesariamente, tarde o temprano, en el abandono de las posiciones sostenidas desde siempre por la Tradición y notablemente por Mons. Lefebvre.
Dicho de otro modo, la Roma actual no tiene más que una finalidad: llevar a todos los que negocian con ella hacia los errores del concilio y hacia la reforma litúrgica. He aquí la cruda verdad: Roma no apoya realmente a la Tradición, es por eso que ella no ha mantenido sus promesas, es por eso que ella sinceramente no quiere que las negociaciones tengan éxito.
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El autor del texto precedente ha evolucionado también, como lo muestra esta declaración de diciembre de 2014 en una revista de gran difusión:
Nosotros deseamos con todo nuestro corazón, lo más rápido posible, una “reconciliación” que sea buena para unos y para otros, y en general para toda la Iglesia. Las dificultades son objetivas, ellas no dependen de los individuos, pero podemos pedir siempre que el Señor “reúna a todos en la unidad”. Es lo que pedimos todos los días con fervor.
La Roma conciliar no se ha convertido. El peligro sigue siendo el mismo.