jueves, 11 de enero de 2018

SÍ SÍ NO NO - BERGOGLIO: LA APOTEOSIS DEL SUBJETIVISMO EMOCIONALISTA (III)




SÍ SÍ NO NO vía Adelante la Fe

Bergoglio: la apoteosis del subjetivismo emocionalista (III)

Dios no es católico

Una de las frases shoc del papa Francisco es «Yo creo en Dios. No en un Dios católico, no existe un Dios católico, existe Dios» (A. M. Valli, 266. Jorge Mario Bergoglio. Franciscus P. P., Macerata, Liberilibri, 2017, p. 13, nota 2[1]).

Ahora bien, «católico» significa «universal». La «catolicidad es la tercera nota de la Iglesia católica, como dice el Credo Niceno-Constantinopolitano. En efecto, la Iglesia de Cristo (y, por tanto, de Dios, ya que Cristo es el Verbo Encarnado, verdadero Dios y verdadero hombre) es la humanidad social y sobrenaturalmente organizada en Cristo, que por su naturaleza abraza a todoslos individuos de la raza humana (si no en acto, al menos en potencia) y es, por tanto, universal, o sea, católica[2]Si Dios no fuera universal o «católico», la Iglesia fundada por El no sería católica y el Credo Niceno-Constantinopolitanoestaría equivocado, lo cual es imposible porque en él se encuentra infaliblemente compendiada toda la fe de la Iglesia.

La Revelación misma nos presenta a la Iglesia como el reino de Dios sobre toda la tierra (cfr. las parábolas del «reino»[3]) hasta el fin del mundo (Jn., XX, 21; Mt., XXVIII, 18-19) y por ello la Iglesia es llamada «católica», o sea, universal. La Iglesia es, pues, la continuación en la tierra del Verbo Encarnado, es su Cuerpo Místico (Rom., XII, 4-6; 1 Cor., XII, 12-27; Ef., IV, 4), que obra en la humanidad entera la obra de la Redención divina. Pues bien, la unión de la humanidad redimida (al menos en potencia) en Cristo abraza a todos los hombres y es universal o «católica».

Además, se reconoce a la verdadera Iglesia de Cristo apartir de las cuatro notas (entre las cuales la «catolicidad»)[4] y, como aquellos que se apropian del nombre de cristianos son los Protestantes, los Cismáticos llamados «Ortodoxos» y los Católicos, la verdadera Iglesia de Cristo es la «católica». Negar que Dios es «católico» lleva a negar la tercera nota de la Iglesia de Cristo como es revelada en el Evangelio y como es definida por la Iglesia (Credo Niceno-Constantinopolitano; Concilio Vaticano I, DB, 1794). En efecto, el Protestantismo carece de «catolicidad» o universalidad, ya que está dividido en muchísimas sectas, que no están presentes de manera verdaderamente conspicua y simultánea en todo el universo. Lo mismo se puede decir de las iglesias cismáticas llamadas «ortodoxas», ya que están restringidas a las regiones orientales de Europa.

Finalmente, en cuanto a la noción misma de Dios, ya sea conocido con la luz de la sola razón natural[5] como Causa primera y universal de todo el mundo, ya sea conocido gracias a la Revelación sobrenatural[6], ya sea definido dogmática e infaliblemente por el magisterio de la Iglesia[7], se puede decir que El es la Causa primera, trascendente e incausada de todo el universo y, por tanto, es universal, infinito, omnipresente y «católico».

Por tanto, afirmar que Dios no es «católico», significa implícitamente negar la Redención universal de la Santísima Trinidad a través del Verbo Encarnado[8].
Valli concluye acertadamente: «La afirmación de Francisco da un ulterior empujón formidable a la idea de que la Iglesia, precisamente en cuanto católica, es custodia de la verdad y parece inscribirla en el partido del relativismo» (op. cit., p. 172).

La acogida

Acertadamente advierte Valli que «acogida es un término demasiado vago y genérico. ¿Qué significa acoger? ¿A quién acoger? ¿Y cómo? ¿Es la solución abrir las puertas o más bien impedir que la gente se vaya? ¿Continuando abriendo las puertas, no se favorece quizá la fuga? Los problemas deben ser resueltos en los Países de origen de los migrantes, trabajando para que las condiciones de vida mejoren en su País. Lanzar llamadas genéricas corre el riesgo de hacer más mal que bien a la causa de la acogida» (op. cit., p. 92).
Además, Europa debe defender legítimamente su civilización. En efecto, «como cristianos no podemos olvidar que la civilización europea se salvó gracias a quienes se enrocaron en monasterios y en abadías fortificadas. Y si nuestros antepasados, en algunos momentos cruciales [Poitiers, Lepanto, Viena, ndr], no hubieran usado incluso la fuerza, ahora no seríamos lo que somos. […]. Europa en repetidas ocasiones se defendió, heroicamente, contra quien intentó hacer de ella una tierra de conquista religiosa […] muchas veces hizo de barrerra frente al islam. La acogida indiscriminada de la que habla el Papa no puede ser una solución […], la acogida no puede convertirse en un absoluto» (op. cit., pp. 92-93).
Santo Tomás de Aquino, en la Suma Teológica (I-II, q. 105, a. 3), explica que «con los extranjeros puede haber dos tipos de relación: una de paz y otra de guerra» (in corpore).

El ofrece el ejemplo de los judíos que en la Antigua Alianza tenían tres posibilidades de vivir de manera pacífica con los extranjeros: 1º) cuando los extranjeros pasaban por su territorio como viajeros; 2º) cuando los extranjeros emigraban a la Tierra Santa para vivir en ella como forasteros; en estos dos casos la Ley judicial imponía preceptos de misericordia: «No aflijas al extranjero»[9] y «No molestarás al extranjero»[10]; 3º) cuando los extranjeros querían entrar completamente en la colectividad de los judíos, en su rito y en su religión. En este tercer caso se procedía con orden. Ante todo no se les acogía inmediatamente como compatriotas y correligionarios.

Incluso Aristóteles enseñaba que «se pueden considerar como ciudadanos sólo aquellos que comenzaron a estar presentes en la Nación que hospeda a partir de su abuelo» (Política, libro III, capítulo 1, lección 1).

Este punto es el que más interesa. En efecto, acogiendo a los extranjeros y no teniendo ellos todavía un gran amor del bien público de la Nación que les hospeda, podrían dañar a la Nación. Por ello son considerados como ciudadanos integrados sólo los extranjeros de tercera generación, o sea, establecidos en la Nación a partir del abuelo.

Esta es una de las partes todavía actuales de la Ley judicial, que nos puede aclarar las ideas sobre la acogida de los musulmanes, los cuales desembarcan en masa en Italia y se establecen en ella.
Acoger a millones de musulmanes que no quieren integrarse podría dañar a la Nación. El cardenal Biffi, en 1999, dijo que, si Europa no vuelve a convertirse en cristiana, sería islamizada.

En este caso, las enseñanzas del Angélico nos aconsejarían que no acogiéramos a los inmigrantes inmediatamente como compatriotas y especialmente correligionarios, también porque hoy ellos siguen firmes en la observancia de la religión islámica y no tienen ningunas ganas de integrarse (con excepciones que confirman la regla) en nuestra cultura y religión, sino que antes bien la detestan y querrían destruirlas.
Desgraciadamente los hombres de Iglesia piensan y actúan de manera diametralmente opuesta a los consejos dados por Santo Tomás.
Está claro que para el Angélico se puede permitir a los extranjeros que están de paso por la Nación (si son pacíficos y si se integran en la cultura y en la religión del País que les acoge), que se queden en ella.
Bergoglio y el islam

El islam niega la divinidad de Cristo y la Trinidad de las Personas divinas en unidad de sustancia, esto es, desconoce los dos dogmas principales del Cristianismo.
Además, como advierte Valli, citando al famoso islamólogo el padre Samir Khalil Samir, Mahoma realizó más de 60 guerras. «Pues bien, si Mahoma es el modelo excelente del Corán, no sorprende que algunos musulmanes usen también la violencia a imitación del fundador del islam. […]. La violencia está en el Corán. El Papa, al sostener que el verdadero islam y una interpretación adecuada del Corán se oponen a toda violencia, no describe, esgraciadamente, una realidad, sino que expresa un deseo» (op. cit., p. 103).
Además, cuando Francisco parangona al Isis al envío de los Apóstoles para convertir a todo el mundo por parte de Jesús (op. cit., p. 104, nota n. 78), hace un parangón que no se mantiene en pie. Valli responde acertadamente: «toda religión, comprendida la cristiana, puede ser usada de manera fanática y violenta. Pero sostener que el cristianismo y el islam sean, en este sentido, reflejo el uno del otro no es correcto» (op. cit., p. 105).
Agradar al mundo 

En marzo de 2016, un sondeo Gallup realizado en 64 Naciones sentencia: «el papa Francisco es el líder más popular en el mundo. Católicos y judíos son los grupos religiosos con la mejor opinión sobre el Pontífice. […]. El papa Francisco es un líder que trasciende su propia religión» (op. cit., p. 141).
Valli advierte que «una gran popularidad puede empujarte incluso a decir y a hacer, conscientemente o no, lo que el mundo quiere. […]. El precio es alto sobre todo en el plano doctrinal. Y la barca de Pedro, sin un contramaestre doctrinalmente prudente, corre el riesgo de encallar fácilmente o, peor todavía, de acabar en los arrecifes de la modernidad. […]. En el momento en que un Papa, como en el caso de Francisco, agrada tanto a aquellos que no han escondido jamás su lejanía y hostilidad contra la Iglesia, ¿no es legítimo interrogarse sobre lo que va predicando el sucesor de Pedro?» (op. cit., pp. 143-144).
Conclusión

Al final de su libro, Aldo Valli hace un resumen de las cosas que dejan perplejos sobre Bergoglio en cuanto Papa: 1º) el riesgo de hacer nacer un estilo eclesial «arbitrario», que va sustituyendo al de la doctrina; 2º) una cierta falta de competencia doctrinal y teológica o, peor todavía, el desinterés por la doctrina y la teología en favor de la pastoral, la exhortación y la praxis; 3º) la tendencia a ceder a la atracción de la popularidad y del sentir común.
En cambio, la pastoral debe tener como su principio y fundamento la teología dogmática y moral. Jesús es Maestro y después Pastor y Sacerdote. En efecto, enseña antes la verdad y el Evangelio, después indica los Mandamientos que deben cumplirse para llegar al Cielo y finalmente da a los hombres la gracia santificante para recorrer el camino que lleva a él.
Los fieles necesitan un camino seguro, una doctrina y una moral ciertas para recorrer la via ad Patriam. Necesitan de una «roca» sobre la que apoyarse, una roca que les dé estabilidad, unidad, firmeza y fundamento, quitada la cual todo se derrumba y se precipita en el abismo de la nada. El card. Sarah ha dicho que «la mayor injusticia es dar a los necesitados solamente comida, mientras que necesitan a Dios» (op. cit., p. 191, nota n. 153).

Al final de lo que se ofrece en el libro de Aldo Valli, se puede parangonar el pontificado de Francisco I a la «cultura» pop, que no ejercita la inteligencia para nada, o sea, él piensa, habla y actúa sin objeto y sin finalidad. En efecto, la cultura pop se distingue como una cultura del hacer más que del saber, en la que, para dejar espacio a la espontaneidad, se prefiere no saber, en la que la práctica cuenta más que la teoría. El pop consigue triunfar, en Italia como en otros sitios, a pesar de la barrera lingüística del inglés. El motivo reside probablemente en el hecho de que el significado de la palabra es lo último que se percibe. Esta dimisión del significado de la palabra explica el deseo de identificarse con el pop star de turno que domina actualmente en el mundo católico y que es Jorge Mario Bergoglio. El nexo de esta gran ola es un vago sentimiento, muy, demasiado, anterior a la fe, a la doctrina y a la moral. Sin embargo, la práctica del catolicismo ha exigido siempre el ejercicio del intelecto y de la voluntad.

Sin embargo, no perdamos el ánimo. Jesús prometió solemnemente: «Las puertas del infierno no prevalecerán» (Mt., XVI, 18) y la Virgen en Fátima dijo: «¡Al final mi Corazón inmaculado triunfará!». Los Padres hablaron de las crisis que la Iglesia sufriría en el curso de los siglos, pero nos han también tranquilizado.
San Beda el venerable escribió: «En este pasaje del Evangelio de Marcos (VI, 47-56) se escribe acertadamente que la Nave (o sea, la Iglesia) se encontraba en medio del mar, mientras Jesús estaba solo en tierra firme: ya que la Iglesia no solamente es atormentada y oprimida por tantas persecuciones por parte del mundo, sino que algunas veces es también ensuciada y contaminada de manera que, si fuera posible, su Redentor en estas circunstancias, parecería haberla abandonado completamente» (In Marcum, cap. Vi, lib. II, cap. XXVIII, tomo 4) y San Ambrosio de Milán: «La Iglesia es semejante a una nave que es continuamente agitada por las olas y por las tempestades, pero no podrá naufragar jamás porque su palo mayor es la Cruz de Jesús, su timonel es Dios Padre, el guardián de su proa el Espíritu Santo, sus remeros los Apóstoles» (Liber de Salomone, c. 4).

La conclusión, pues, me parece obvia: «el remedio para un mal tan grande como «un Papa infame» y para la crisis en la Iglesia en tiempo de caos es la oración y el recurso a la omnipotente asistencia divina sobre Pedro, que Jesús prometió solemnemente» (Cayetano, Apologia de Comparata Auctoritate Papae et Concilii, Roma, Angelicum, ed. Pollet, 1936, p. 112 ss.).

Frente a esta apostasía rampante en el ámbito eclesial son cada vez más actuales y verdaderas las palabras pronunciadas hace alrededor de dos siglos por Teodoro Ratisbonne: «Lo que temo, en estos tiempos, es más una seducción que una persecución. Los enemigos de la Iglesia, hoy, se creen y se llaman cristianos, pero favorecen la herejía y el cisma. Lo que les hace muy peligrosos es la general debilidad de la fe en los católicos, el amor descontrolado de los placeres mundanos, la licencia inmoral generalizada. La mayor parte de los cristianos es cristiana sólo de nombre. Jesús no es conocido ni amado sobrenaturalmente. Por tanto, me parece necesario que, para curar una sociedad tan gravemente enferma, Dios la castigará dura pero a la vez misericordiosamente: en efecto, Dios hiere sobre todo para curar» (Le Très Révérend Père Marie-Théodore Ratisbonne. D’après sa correspondance et les documents contemporains, Parigi, Poussielgue, 1903, tomo II, p. 188).

Antonius

(Traducido por Marianus el eremita)
[1]El libro (210 páginas, 16 euros) puede solicitarse a Liberilibri, tel. 0732. 23. 19. 89; fax 0732. 23. 17. 50; email ama@liberilibri.it
[2]Cfr. Santo Tomás de Aquino, In Symbolum Apostolorum expositio, aa. 7-8).
[3]Cfr. Mt., XIII, 24; Mc., IV, 30; Lc., XIII, 18; 33, 44-47; Lc., XVIII, 23; Jn., XII, 24.
[4]Concilio Vaticano I, DB, 1794.
[5]Cfr. Santo Tomás de Aquino, S. Th., I. p. 2.
[6]Cfr. Sab., XIII; Rom., I.
[7]Cfr. Concilio Vaticano I, sesión III, canon 2.
[8]Cfr. Santo Tomás de Aquino, S. Th., III, q. 8.
[9]Exodo, XXII, 21.

[10]Exodo, XXIII, 9.